Este artículo examina las limitaciones del relato infantil como indicador de abuso sexual, cuestionando su especificidad y validez científica. Sostiene que múltiples factores, como la sugestión y el desarrollo cognitivo, pueden influir en los testimonios, aumentando el riesgo de falsos positivos.
Se reflexiona sobre el impacto de entornos mal manejados, donde las preguntas repetitivas o la presión de adultos pueden alterar la narrativa infantil. Estas influencias, combinadas con procesos psicológicos propios de los niños, niñas y adolescentes, plantean dudas sobre la credibilidad del relato sin un contexto forense riguroso.
El texto enfatiza la necesidad de métodos científicos en las evaluaciones judiciales, instando a evitar interpretaciones sesgadas que perpetúen malas prácticas. Propone técnicas estructuradas y validadas para proteger tanto los derechos de los niños, niñas y adolescentes como la integridad del sistema judicial.
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