Los procesos diplomáticos en las Naciones Unidas (ONU) son conocidos por su lentitud y complejidad; puede que cada vez más en el mundo contemporáneo, caracterizado por geopolíticas y disputas multipolares. El ámbito del control internacional de las drogas, fuente de numerosas tensiones y polémicas, no es ninguna excepción. Después de la última reunión de alto nivel de la ONU sobre el control de drogas —la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGASS) sobre el problema mundial de las drogas’ que tuvo lugar en Nueva York en abril de 2016—, muchas de las partes interesadas se quedaron, en el mejor de los casos, con sentimientos encontrados. A pesar de que se reconocieran los avances logrados en ciertos ámbitos del debate y del rico contenido de algunas de las declaraciones de los países y de la sociedad civil, en la UNGASS no se materializó el ‘debate amplio y abierto que tenga en cuenta todas las opciones’ al que había instado el que fuera Secretario General de la ONU en aquel momento, Ban Ki-Moon.
Para asimilar y contextualizar mejor el documento final de la UNGASS, resulta útil analizar con más detalle cómo ha ido evolucionando y cambiando en el último cuarto de siglo el lenguaje consensuado de las Naciones Unidas en materia de control de drogas.
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