La violencia institucional es una violación a los derechos humanos y debe ser comprendida en el entramado institucional de prácticas estructurales del Estado. Es decir, es una práctica estructural porque no se trata de la acción individual de un sujeto (un policía o penitenciario) que responde a su bondad o maldad en la forma de actuar sino a acciones que están ancladas en la cultura institucional de las fuerzas de seguridad. Para comprender la violencia institucional es necesario inscribirla en una red de significados que le otorga sentido a la acción individual e intenta comprenderla como parte histórica del accionar de las fuerzas de seguridad. La violencia institucional es estructural en tanto ha cumplido una función dentro del subsistema de seguridad y, dentro del sistema social. La pregunta de por qué un policía dispara debe completarse con un nivel macro de análisis que se encuentra en una cultura política que permite la circulación y reproducción de discursos de guerra y combate a quienes son construidos como enemigos. Estos discursos construyen a determinadas personas como sujetos matables, seres desechables cuya vida ya no cuenta con el valor vida. Cuando Giorgio Agamben define la nuda vida, se refiere a “una vida a la que cualquiera puede dar muerte impunemente”. Quien ejerce violencia institucional no lo hace por ser esencialmente malo o por ser un monstruo o un criminal innato, como lo planteaba la criminología positivista. Son personas comunes, padres, hijos, vecinos que, en un determinado contexto en el que un discurso produce sentidos y construye subjetividad, terminan ejerciendo violencia institucional. Confirmamos que los discursos son performáticos, en tanto no implican solo la circulación de la palabra sino que tienen el poder de moldear la acción.
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